En 2006, comenzó a filmar su documental Mal del Viento, que narra con registros únicos los últimos meses de vida del niño mbya Julián Acuña, quien murió luego de ser intervenido de una cardiopatía congénita en Buenos Aires, luego de que la Justicia “blanca” avasallara la voluntad de sus padres y la tradición sanitaria originaria de los guaraníes, en el marco de un caso que exhibió con claridad los alcances de la violenta invasión cultural y de derechos que la cultura dominante ejerce en detrimento de los pueblos originarios de Misiones.
De paso por el Festival Oberá en Cortos, Ximena le contó a Superficie algunas cuestiones vinculadas a su documental – que se estrenará el año que viene – y compartió su visión acerca del conflicto intercultural que pudo registrar a lo largo del rodaje.
¿Cómo y cuándo surgió la idea de hacer un documental sobre Julián?
Cuando Julián llegó por primera vez a Buenos Aires, en el otoño del año 2005, por una orden judicial que autorizaba su internación en el Hospital Gutiérrez, a pesar de la voluntad de su familia de tratar su enfermedad en su comunidad y con su medicina tradicional, yo trabajaba en una productora de documentales vinculada a la temática indígena. A través de representantes de diferentes organizaciones de pueblos originarios llegó a la productora –Grupo Documenta- la inquietud de documentar esta historia en un film y la posibilidad de que yo lo dirigiera. En ese momento, el conflicto intercultural era inminente y a pesar de no contar con financiamiento ni infraestructura técnica para llevar a cabo un rodaje con todo lo necesario, me puse en contacto con los padres de Julián –Crispín y Leonarda- y les planteé la posibilidad de documentar lo que estaba sucediendo. Ellos entendieron y aceptaron esta propuesta y me permitieron compartir el largo proceso de la enfermedad de Julián con ellos. Primero me acerqué sin cámara y realicé una observación prolongada de esta realidad y sus actores sociales, sabiendo que estaban atravesando una situación dolorosa y que este dolor era muy íntimo y estaba siendo avasallado por médicos, abogados, jueces, medios de comunicación. Luego de un tiempo compartiendo la internación de Julián y su familia en el Hospital Gutiérrez, comencé a registrar.
En aquel momento la necesidad de tener un registro de esa cotidianeidad en el encierro me impulsó a compartir esa espera de Julián en el Hospital y grabar de la manera que fuera posible, con cámaras prestadas de cualquier formato y con un equipo humano mínimo, que la mayoría de las veces estaba compuesto solo por mi. Esa precariedad, que me impedía obtener una calidad optima en el registro, me permitió capturar lo más íntimo y auténtico de la historia, ese letargo y tiempo detenido que vivían Julián, Crispín y Leonarda en la habitación del Hospital; y encontrar en esa cercanía e intimidad el espíritu y la Verdad de esta historia.
¿Cómo fue el proceso de filmación?
El proceso de filmación se divide en dos etapas: la primera llevó alrededor de un año y comenzó con la llegada de Julián a Buenos Aires en el año 2005. En aquel momento, registré toda su internación en Buenos Aires, su intervención quirúrgica, su vuelta a Misiones, su internación para controles en el Hospital SAMIC de Oberá y luego su última internación en Buenos Aires en el año 2006. Durante ese proceso, la dimensión del conflicto –que superaba la cuestión intercultural, ya que implicaba intereses políticos, jurídicos, religiosos, institucionales y médicos, entre otros- me parecía por momentos inabarcable, especialmente cuando viajé a Misiones y descubrí una trama muy compleja de intereses que teñían todas las versiones narradas de los hechos. Esta transformación constante que operaba la historia frente a mi mirada y la angustia compartida por este nene que agonizaba lejos de su tierra mientras las instituciones se disputaban su representación, me dificultó encontrar la forma en que quería representar esta realidad. Por esta razón, durante algún tiempo, el material reposó; pero siempre sabiendo que en toda esa espera e incertidumbre hospitalaria cristalizada en horas de material había logrado capturar el alma de esta historia. Tiempo mas tarde, retomé el material, decidida a completar aquel registro y compartir esta mirada tan particular que tenía sobre el caso de Julián. Fue entonces cuando luego de visionar muchísimo lasimágenes y encontrar el lugar desde el cual yo quería contar esta realidad, empecé a conceptualizar estas ideas, desarrollé el proyecto y busqué fondos para continuar con el rodaje y la postproducción. Ahora, con el financiamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y con una beca del Fondo Nacional de las Artes, llevamos a cabo la segunda parte del rodaje, que se sitúa en Posadas, Oberá, Santa Ana, San Vicente, Aurora y El Soberbio, en el interior de la Provincia de Misiones, y en la Ciudad de Buenos Aires.
¿Con qué se encontraron al abordar desde adentro la cultura mbya?
En realidad, las dificultades con las que me encontré tienen más que ver con el universo del hombre blanco y sus instituciones etnocentristas y hegemónicas, más que con el acceso a la cosmovisión Mbya. Soy conciente que mi mirada siempre va a ser occidental, que mi cultura constituye mi identidad y me condiciona; por esta razón me negué y me niego a realizar un documental indígena. ¿Cómo podría hacerlo desde mi constitución de mujer occidental, de tradición judeo-cristiana, aunque atea por opción? ¿No sería demagógico plantear una representación indígena desde los medios, la narrativa y el discurso occidental? Reflexionando sobre estas cuestiones, algo que fue fundamental para mí, fue encontrar el punto de contacto entre mi mirada y la realidad de Julián, Crispín y Leonarda. Entonces, entendí que esta película tenía que tener una visión crítica respecto a la relación de los hombres y las mujeres con su cultura –ya sea occidental o guaraní, entendiendo a la primera como opresora-, y a la construcción de la Historia por parte de los actores sociales. Así, en todo este proceso de observación y reflexión, me acerqué con mucho respeto a la cotidianeidad de Julián en Buenos Aires y luego al devenir del tiempo en las comunidades guaraníes, intentando respirar y capturar la espiritualidad de lo cotidiano desde lo sensorial y no desde lo intelectual o interpretativo.
¿En qué etapa está la película y cuándo podría ser estrenada?
En este momento estamos finalizando el rodaje y comenzaremos próximamente con la postproducción. Planeamos estrenar Mal del Viento a mediados o fines del año 2011.
¿Qué fue lo que más te sorprendió o que rescatás del caso de Julián?
Lo que más me conmovió y dolió al llegar a Misiones siguiendo el traslado de Julián, fue descubrir que aquí la colonización está más vigente que nunca, que el etnocidio se lleva a cabo cada día con el asistencialismo, tanto del Estado como de la Iglesia, que funcionan ambos como agentes aculturizantes, que en cada discurso e institución que se adjudica la representación de Julián, en realidad se tejen intereses políticos que aniquilan el derecho a la autodeterminación y al ejercicio pleno de su cultura de las comunidades guaraníes. Pero también me reconforta haber conocido gente en las comunidades con plena conciencia de su poder transformador de la Historia y me voy con la sensación que hay una auténtica transformación en camino, donde los verdaderos representantes de las comunidades son los protagonistas y no aquellos que se autoproclaman voceros de esta cultura desde instituciones occidentales.
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