domingo, 6 de septiembre de 2009

Una teta muy asustada


Dirección: Claudia LlosaPaís y año: Perú-España, 2009 Reparto: Magaly Solier (Fausta), Susi Sánchez (Aída), Efraín Solís (Noé), Marino Ballón (tío Lúcido), Antolín Prieto (hijo de Aída)


El segundo largometraje de Claudia Llosa explora la violencia desde la femineidad y la poesía


Ya ustedes conocían el síndrome de Estocolmo, ese que padecen algunos secuestrados (as) y que los lleva a terminar enamorándose de sus victimarios. Pues bien, en el segundo largometraje de la directora peruana Claudia Llosa presenta otro síntoma (una mutación bestial, quizás, del síndrome mencionado, tremendamente femenino, y oscuramente doloroso), el de la “teta asustada”, una enfermedad que...


Mejor que la defina Claudia Llosa, la directora, sobrina del famoso Mario Vargas Llosa. “La teta asustada no es una creencia, es una enfermedad, una antigua enfermedad. Se contagia a través de la leche materna de las mujeres que fueron violadas durante la gestación y la lactancia. Sus hijos se infectarán de manera irremediable de ese silencioso terror. Fausta lo tiene. Ella sufre de un miedo atávico que la invade por completo. Y más, guarda un secreto que no quiere ni puede revelar. Pero debe cumplir una promesa: llevar a su madre a su pueblo natal. Y para hacerlo debe encontrar la salida del laberinto que está dentro y fuera de ella”.


Bien lo define Claudia quien ha creado con Fausta, infausta, uno de los personajes que a partir de ahora resultará inolvidable dentro de la galería de personajes femeninos del cine latinoamericano (como la puta entrañable de El lado oscuro del corazón, que recitaba a Benedetti); esa muchacha del campo sumida en un total mutismo, y con el alma enterrada en la tierra (o por lo menos extraviada, para seguir la tesis poética de la película) estrechamente ligada con la cosmovisión indígena peruana.


No es casual el hecho de que la película esté hablada -en sus escasos diálogos- mayoritariamente en quechua y, en mucho menor grado, en español. La Fausta de Magaly Solier, hay que decirlo, carga casi ella sola el peso de toda la película. Solier ya había interpretado a Madeinusa, la jovencita de dulce rostro indígena que vivía en un pueblo perdido de la cordillera peruana. Un lugar marcado por una fuerte religiosidad.


Esta vez resulta inolvidable por sus largos silencios, su dolor pidiendo pista para emerger, las emociones apretando por dentro, y claro, la (in)expresividad de su bello rostro indígena que esconde un terrible secreto.


A Claudia Llosa le ha interesado contar los traumas dejados por el terrorismo peruano desde otra óptica, mucho más intimista que su coterráneo Lombardi, por ejemplo, y mucho más femenina, por supuesto.


Su mirada del Perú más profundo, con una bellísima fotografía que da fe de esa contradictoria maravilla geográfica que tiene el vecino país (ver a esas dunas de arena, casi como en el Sahara colindando con el mar, por ejemplo). Pero también ese interés por rescatar tradiciones, mitologías, pequeños fervores y hasta, ¿cómo no decirlo?,


En una de las primeras escenas, con la muerte de la madre de Fausta, y sus esforzados intentos (por tratar de hacerle así sea un precario entierro) los cinéfilos no pueden dejar de encontrar un paralelismo con El imperio de la fortuna, de Arturo Ripstein, y el futuro gallero tratando de hallarle un ataúd digno a su madre. Tal vez, también, en cierto ambiente de sordidez que rodea toda la película pero que en ningún momento se ve forzado, sino que fluye, va desatándose, como esos sentimientos comprimidos de Fausta, que solo se liberan un poco con el jardinero de la mansión en la que trabaja como doméstica, o cuando silba esas hermosas melodías que le enseñó su madre y que tanto gustan a su patrona.


No ha faltado alguna de esas señoronas mojigatas (de esas que hacen voluntariado y toman té a las cinco) que se han escandalizado con el título. Pero no se preocupen, que de esa teta asustada no se ve ni la punta del pezón. Claudia Llosa ha demostrado que, después de Eliseo Subiela, la poesía sí es posible en el cine de estos tiempos.


David Sosads



Editor-Séptimo Día

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